Una desaparición o separación familiar puede tener efectos devastadores y prolongados en aquellos que quedan atrás, que suelen soportar un gran sufrimiento hasta que conocen la suerte y el paradero de la persona en cuestión, si es que alguna vez sucede. Además de la pérdida de un ser querido, esos familiares suelen atravesar —o haber atravesado— otros hechos traumatizantes (desplazamientos, amenazas contra su vida, violencia física, etc.) o haber presenciado hechos de esa naturaleza.
Existen ciertas categorías de personas que, luego de un conflicto armado, continúan gozando de protección en virtud del derecho internacional humanitario (DIH) mucho tiempo después de finalizadas las hostilidades activas o las operaciones militares. Entre esas categorías se encuentran las personas que estuvieron —o que siguen estando— detenidas, las personas heridas, enfermas, desaparecidas, fallecidas, desplazadas, así como las mujeres y los niños afectados por conflictos armados. Los familiares de personas que desaparecieron a causa de un conflicto armado son, a su vez, víctimas de ese conflicto y, como tales, deben gozar de protección y de asistencia.
Si bien el derecho internacional no incluye una definición explícita de “familia”, la definición de “familiar de persona desaparecida” se encontrará, en principio, en el derecho interno de cada país. El concepto de familia/familiar deberá interpretarse de manera amplia y flexible, conforme a las tradiciones, los valores culturales y las variaciones contextuales pertinentes. Teniendo en cuenta la dependencia emocional prolongada y la aceptación mutua que suponen las relaciones, el concepto de “familia” incluye, como mínimo, a personas con lo siguientes grados cercanos de parentesco:
Muchas de las necesidades que tienen los familiares de las personas desaparecidas son similares a las de las víctimas de conflictos armados u otras situaciones de violencia y deben considerarse como tales en el contexto global de necesidades de todas las víctimas. No obstante, los familiares de las personas desaparecidas también tienen necesidades específicas mientras esperan que se aclare la suerte de su familiar.
Si bien la principal persona afectada es aquella que desaparece o cuyo paradero permanece desconocido, los efectos de la desaparición de una persona en sus familiares cercanos (aislamiento, empobrecimiento, desesperación, etc.) pueden ir más allá del núcleo familiar y afectar a comunidades enteras.
En determinados contextos, el miedo y la desconfianza que existen dentro de una comunidad o entre comunidades es tal que los familiares no pueden hablar abiertamente de su situación. Si lo hacen, corren el riesgo de sufrir represalias o de ser excluidos esa comunidad, que, de otro modo, sería su principal fuente de apoyo. Cuando la incertidumbre respecto de la suerte y del paradero de las personas desaparecidas se extiende en el tiempo, el efecto puede propagarse más allá de la comunidad y afectar a toda una sociedad. La falta de atención y de resolución de esos casos puede representar una amenaza para la confianza y la cohesión social, aun después de que el conflicto haya finalizado.
La identificación y el reconocimiento oficial de las necesidades de los familiares de las personas desaparecidas llegaron de la mano de la Conferencia internacional de expertos gubernamentales y no gubernamentales sobre las personas desaparecidas de 2003. Ese mismo año, la XXVIII Conferencia Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja convino acciones específicas para ayudar a los familiares de las personas desaparecidas.
Algunas de las necesidades consisten en saber qué le sucedió a un familiar desaparecido, poder realizar rituales conmemorativos, recibir apoyo económico, psicológico y psicosocial, que se reconozca su sufrimiento y que se haga justicia. Hasta que no se satisfacen esas necesidades, las familias no pueden reconstruir fácilmente sus vidas.
Los familiares comienzan a buscar a sus seres queridos cuando se enteran de su desaparición y continúan haciéndolo hasta que reciben información convincente acerca de su suerte o de su paradero. Es posible que visiten oficinas gubernamentales, instituciones y organizaciones. Muchos rastrean en cárceles, campos de batalla, hospitales y morgues. Revisan minuciosamente los cuerpos de las personas fallecidas en busca de rasgos reconocibles o acuden a lugares donde se exhiben objetos personales, ropa y joyas de cuerpos recuperados. Muchos continúan buscando hasta encontrar respuestas, aunque les lleve muchos años. Para ellos, suspender la búsqueda antes de ese momento es como abandonar a la persona desaparecida para siempre.
La búsqueda suele ser un proceso prolongado y cargado de obstáculos, como los siguientes:
En el marco del derecho internacional, los familiares de una persona desaparecida pueden tener derecho, desde el punto de vista jurídico, a conocer qué ocurrió con su familiar desaparecido, dependiendo de las circunstancias de la desaparición o separación familiar. No obstante, en la mayoría de las situaciones, no se reconoce el estatuto de “persona desaparecida” y, por ende, los familiares no tienen derecho a ninguna ayuda específica.
La incertidumbre acerca del paradero de un ser querido genera un tipo particular de sufrimiento y una variedad de efectos psicológicos y psicosociales. Por lo general, los familiares no tienen datos que aclaren si su ser querido está o no con vida y, en el caso de estar fallecido, dónde se encuentran sus restos. A ese tipo de pérdida se la denomina “pérdida ambigua”: los familiares suelen seguir esperando que la persona regrese y es posible que sientan que no pueden o no deben hacer cambios en su vida. Otros pueden culparse por la desaparición o cuando sus esfuerzos de búsqueda resultan infructuosos.
La pérdida ambigua afecta a las personas en varios sentidos (algunas de ellas pueden tener dificultades para cambiar sus responsabilidades laborales o familiares, por ejemplo). Muchas personas restringen sus contactos sociales y evitan realizar actividades placenteras o entablar nuevas relaciones para no traicionar la memoria de la persona desaparecida, pero, al hacerlo, descuidan sus propias necesidades emocionales.
Los familiares pueden verse afectados por el cambio de funciones y de obligaciones, y es posible que se altere la comunicación cuando evitan expresar su dolor, miedo o ansiedad, o, incluso, hablar de la persona desaparecida, para ahorrarles el dolor a otros.
En muchos contextos, las personas desaparecidas no tienen una posición social definida, lo que dificulta la sensación de pertenencia a un grupo reconocido por parte de sus familiares. A diferencia de los familiares de las personas cuyo fallecimiento quedó confirmado —que tienen una posición específica como deudos—, su profunda incertidumbre significa que no pueden participar en rituales codificados (por ejemplo, ritos funerarios) que ayudarían a dar sentido a su experiencia y a disminuir su dolor. La falta de una posición social establecida, así como de rituales para las personas desaparecidas y sus familiares, reviste especial gravedad en lugares donde la religión y la tradición son el núcleo de la vida comunitaria. Es posible que, sin entierros ni lugares conmemorativos, los familiares tengan dificultades para mantener vivo el recuerdo de una persona desaparecida y, por consiguiente, esta quede relegada al olvido.
Las circunstancias en torno a una desaparición pueden afectar la relación de una familia con su comunidad, sobre todo si la persona desaparecida tenía una posible filiación a un determinado grupo, lo que podría generar sospechas. En tales casos, es posible que las comunidades estigmaticen o, incluso, excluyan a los familiares de las personas desaparecidas.
Cuando una persona desaparece, la familia a menudo cae en dificultades financieras, especialmente cuando la persona ausente era el sostén de la familia. Las familias a menudo gastan mucho dinero tratando de encontrar a la persona desaparecida. Pueden vender tierras, ganado u otros activos para pagar el esfuerzo, pedir dinero prestado o renunciar a sus trabajos para poder viajar largas distancias en busca de sus familiares. Rara vez las autoridades consideran que “desaparecido” es un estado legal. Esta falta de reconocimiento afecta los derechos de las familias a la propiedad, la herencia, la tutela de los hijos e incluso volverse a casar. Los miembros de la familia rara vez tienen derecho a las mismas prestaciones sociales que aquellos cuyos parientes han fallecido. Es posible que no tengan acceso a cuentas bancarias o ahorros y que hereden las deudas pendientes de la persona desaparecida.
Si las familias no conocen sus derechos legales, es poco probable que los ejerzan. Las autoridades a menudo desconocen las dificultades que enfrentan las familias y, aunque conocen la ley, pueden no estar familiarizadas con su aplicación. Incluso cuando las autoridades se mueven para ajustar la legislación para satisfacer las necesidades de las personas, el proceso puede ser largo y las pérdidas financieras para las familias seguirán acumulándose. Otros obstáculos burocráticos o corrupción pueden sumarse a las cargas legales y administrativas de una familia. Aunque declarar muerto a un pariente desaparecido podría ayudar a una familia a obtener un estatus legal claro para la víctima y así permitir que la familia reclame beneficios o ayuda social para ayudar a superar sus dificultades económicas, muchos rechazan esta opción cuando no hay pruebas contundentes de la muerte. sintiendo que sería renunciar a sus seres queridos.
Es posible que los familiares necesiten que los responsables de haber causado la desaparición de sus seres queridos rindan cuentas. Los procedimientos judiciales o los mecanismos de justicia de transición pueden ayudar a los familiares a obtener un reconocimiento jurídico. Además de justicia, los familiares buscan la dignidad que supone el hecho de honrar adecuadamente la memoria de una persona desaparecida, algo que deberían concederles las autoridades y la comunidad.
Se debe consultar a los familiares respecto de las conmemoraciones o los rituales simbólicos que corresponda realizar (por ejemplo, ritos funerarios), y deben ser libres de llevarlos adelante. También deben tener una manera formal de recibir las condolencias. Las prácticas o convicciones religiosas que se han de tener en cuenta difieren según la cultura. Algunas comunidades se oponen a las exhumaciones y a las reinhumaciones, dado que consideran que esas prácticas perturban a los difuntos en el más allá. Otras prefieren las reinhumaciones porque consideran que las personas fallecidas deben ser enterradas en un lugar determinado para encontrar la paz.
Si bien muchas personas están unidas por el mismo deseo de conocer la suerte y el paradero de sus familiares desaparecidos, en ocasiones, estas pueden sentirse solas en su situación, sin advertir cuántas otras personas también están buscando familiares y viviendo en una incertidumbre, al igual que ellas. En algunos contextos, los familiares de personas que desaparecieron o que se vieron separadas en circunstancias similares se unieron y formaron asociaciones de familiares para poner sus experiencias en común y aprender unos de otros acerca de sus derechos y de cómo participar en el proceso de búsqueda, formar parte de los mecanismos de identificación y propugnar una mejor respuesta a sus necesidades.
Estas asociaciones, que funcionan como punto de referencia de confianza para que las familias sean solidarias y se apoyen entre ellas, pueden servir de intermediarios de confianza entre los familiares y otros actores, y pueden apoyar el intercambio de información en ambas direcciones. En contextos en los que no existen estas asociaciones, hay otros grupos, como organizaciones de la sociedad civil, asociaciones de migrantes, organizaciones religiosas y otras redes, que pueden resultar ser los más indicados para dar muestras de solidaridad, apoyar y defender a los familiares.
Ayacucho, Perú. Miembros de la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú (ANFASEP) realizan un baile para enviar buenas noticias a sus seres queridos. CICR, Alex Valcarcel.
El Restablecimiento del Contacto entre Familiares (RCF), coordinado por la Agencia Central de Búsquedas, describe una gran variedad de actividades que lleva a cabo el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja para prevenir la separación familiar, restablecer y mantener el contacto entre los miembros de una familia y esclarecer la suerte y el paradero de personas desaparecidas. Algunas de las actividades de RCF son facilitar el intercambio de noticias entre familiares; buscar a familiares desaparecidos; identificar, registrar y hacer un seguimiento de niños no acompañados y vulnerables, así como otras personas, que se hayan separado de sus familiares, y organizar la reunificación familiar.
Los familiares de las personas desaparecidas son esenciales para orientar las acciones relativas a la desaparición. Están en la primera línea de búsqueda y desempeñan un papel clave al recopilar y suministrar información fundamental para impulsarla. Asimismo, son los personas más indicadas para asesorar acerca de sus propias necesidades.
Por tal motivo, el RCF pone de relieve la importancia de la participación e inclusión de los familiares en todo el proceso encaminado a buscar soluciones y mejoras del sistema para atender el problema de las personas desaparecidas.