No existe un mecanismo unificado para cruzar el ADN de las familias que buscan con los restos que esperan ser identificados en las morgues de Estados Unidos. Entonces, ¿quiénes y cómo los identifican?
Una persona se mete en el desierto. Camina kilómetros y kilómetros entre el polvo y las cuevas de serpientes. Se esconde de los helicópteros, las motos y las camionetas de la policía fronteriza que intentan cazarlo. A medida que se adentra en tierras inhóspitas la ropa se le llena de las espinas de los cactus, finas como un pelo, punzantes como una aguja. Lleva las botellas de agua que puede cargar, sabe que no le alcanzarán para completar todo el camino. Atraviesa el desierto abrasador durante días, semanas, y cuando se esconde el sol busca un árbol, tal vez de mezquite, y duerme abrazado a sus piernas.
Una persona que se mete en el desierto para llegar a Estados Unidos, lo sospeche o no, puede morir intentándolo. Si eso pasa, en pocos días su cuerpo, su nombre, su país y su historia se irán borrando hasta convertirse en huesos.